Allí estaba Julia, envuelta por el aroma a césped mojado. Una palma de la mano sintiendo la humedad y la caricia de los hilos de hierba. La otra notando su propia piel, suave, como es natural en la juventud.
Sus ojos paseaban por el infinito como era habitual en ella, y súbitamente se detenían a un lado inventando. Pensando en esa travesura que nadie conocía, sonreía.