Hace unos días me imaginé siendo como un pulpo. Y no sólo por poder tener ocho extremidades y hacer muchas más cosas a la vez… 24 horas al día no son suficientes para mí. Ni para mí ni para el resto de mujeres del mundo que quieren disfrutar de sus hijos, tienen que ir a trabajar, tienen que hacer esas cosas cotidianas que nos quitan tiempo en la vida y que son tan aburridas (poner lavadoras, ir a comprar al supermercado, ordenar la cocina, limpiar el wc…) si no que también quieren tener tiempo para hacer lo que les de la gana: leer, dibujar, estar sentada en el sofá como una alcachofa…

Pero no es sólo poder hacer varias cosas a la vez con un sólo cerebro lo que me admira de los pulpos. Me encanta el hecho de que pueden pasar desapercibidos por sus depredadores gracias a su mimetismo: pueden cambiar de color en menos de un segundo gracias a sus iridóforos (células dérmicas reflectoras que controlan el cambio de color). Pasar desapercibida por según quién también me gustaría.
Y su cerebro. Todos sabemos que son animales sumamente inteligentes. Tienen un cerebro pequeño pero con él controlan sus tentáculos, a parte de saber reconocer colores, formas, tamaños, abrir botellas, tener estrategias para la caza, juegan con juguetes (pueden tirar una concha en una corriente e irla a buscar), imitan a otros pulpos, etc.
Además, ¿sabíais que tienen tres corazones? Pues sí. A falta de uno de algunos humanos, ellos tienen tres. Dos de los tres corazones bombean sangre a través de las branquias y el tercer corazón bombea la sangre al resto del cuerpo.
Quién pudiera ser un rato un pulpo.