Vivo en un sitio con mucho viento. Pero no sólo es viento de invierno. Es viento sacudidor de sentimientos, azotador de banderas y de malas influencias, arrancador de mentiras y sanador de enfermedades. Es un viento que, para los que no hemos nacido aquí, nos duele cada vez que lleva soplando más de dos días.
Para no hundirme en los días de viento fuerte, me abrazo como si fuera un barco salvavidas a mis ganas de verano, de sol y de lluvias tempestuosas que sólo duran unos minutos y que dejan ese olor a tierra mojada. Pero el viento entra por todas las rendijas. Por entre los dedos, por entre las grietas de los viejos recuerdos, esos que ya están hartos de ventilarse, por entre los porticones de ventanas mal cerradas.
«Este viento nos quita de aromas viejos, nos da fuerzas para tirar adelante» me dicen los que han nacido entre los vientos de a través de las montañas. Y a mí, me deja aplastada contra el polvo que tanto levanta por entre las esquinas de cualquier parte. Hasta que acaba, un día, sin más. Y es entonces, cuando ya no hay aire, que vuelvo a poder respirar.
Y es que no sólo sopla el viento en invierno.
muy bonito el dibujo y el texto
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