Este verano ya se ha pasado -o se ha paseado- por nuestra casa un murciélago muy simpático que no sé bien bien qué pretende: si pararnos el corazón o, el pobre, sólo pasar a saludar.
La cuestión fue plantearnos si dejábamos las ventanas abiertas para poder dormir fresquitos o preferíamos morir de calor. Pues decidimos lo de las ventanas abiertas, y, si nuestro pequeño amigo quiere volver a hacernos una visita, ya sabe dónde nos puede encontrar.