A veces la paciencia se me escapa entre los dedos de las manos. Entonces empiezo a respirar hondo, a exhalar unos pocos govinda govinda hare hare. Las pulsaciones bajan y recuerdo que esto ya lo viví antes y que en una de esas ocasiones aprendí por primera vez (para posteriormente desaprender y volver a aprender, así, en círculos) que no se puede exigir la perfección a nadie, ni siquiera a uno mismo.
Pero es importante, eso sí, saber parar los pies y saber expresarle al otro lo que no nos gusta. Y para hacer eso calmadamente (y sin efecto boomerang, sobre todo en el mundo de las jerarquías), voy murmurando todo el día, casi sin enterarme, el govinda govinda hare hare…